18.1.08

La lámpara de Chéjov (1986)

[Fragmento]
Como la lámpara de buró no funcionaba bien, Claudio quitó el foco para apagarla. Acababa de releer fragmentos de sus libros de cabecera y sacó algunos apuntes. Trató de recordar un consejo de Chéjov: si al inicio de tu cuento aparece un clavo, tu personaje deberá utilizarlo al final para suicidarse, o algo así. En esa cita que se había convertido en un cliché para cualquier aspirante a escritor, el viejo Chéjov recomendaba que ningún elemento resultara gratuito en una narración. Como fuera, Claudio no tenía ideas para escribir pese a los prolíficos días anteriores, así que sólo se acurrucó entre las cobijas dispuesto a dormir.
Mientras tanto, Lorena se cepillaba el pelo sobre su lado de la cama y a ratos se abanicaba con el último relato de Claudio, su esposo. El calor era insoportable.
–Voy a darme un regaderazo –dijo con desgano. Se levantó y apagó la lámpara de su buró. Pero antes de llegar al baño salió al balcón de la sala donde aspiró el aire cálido del verano. Todo era sexo aquella noche, el calor, el ambiente, las ideas, pero.
Lorena se desnudó mientras el agua adquiría la temperatura adecuada. Al contacto con la tibieza del líquido maldijo a Claudio. Era su primer y único hombre.
Al inicio de su relación vivieron locos de furor, le hacía strip-tease, lo lamía por todos lados, le encantaba sentir a Claudio agigantarse entre sus labios, en fin. Era inexplicable la austeridad actual, pero al menos la inactividad literaria había quedado atrás, y con ella parte del mal humor. Resignada, Lorena volvió a hacer el amor con la botella de shampoo…

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